viernes, septiembre 22, 2006

Flojos con los padres, ¿eh?

Hoy me levanté tarde, me tomé la mañana. Cuando me desperté, casi descerebrado, tomé el control remoto dispuesto a ver qué me ofrecía la tv. Cuando pasé por el canal local, estaban pasando un conocido programa que se emite en simultáneo por la radio y la televisión (los que son de Paraná deben saber cuál es). La conductora estaba en primer plano, y detrás se veía un importante número de niños sentados. Ella hizo una introducción, más o menos dando a entender qué hacian esos infantes allí, y después le dió la palabra a la maestra jardinera responsable del contingente impúber.
La maestra no se ubicaba bien frente a la cámara, y la conductora de manera muy poco sutil la empujaba levemente del hombro para que dé el perfil que ella quería.
Todo iba lindo (reconozco que no me gusta para nada la tv local, por lo que de vez en cuando me quedo a verla esperando el error, cosa que generalmente sucede, y he desarrollado la capacidad de encontrar esos yerros muy graciosos), y cuando iban las dos mujeres a cerrar la nota, dieron a conocer el verdadero motivo de la presencia de los nenes ahí atrás.
Iban a cantar una canción.
No recuerdo el nombre de la canción, todas las infantiles me suenan iguales (no se como hacen los pibes para diferenciarlas y no empezar a cantar Don Pepito cuando todos los campañeritos están cantando Osías el Osito...).
Después del anuncio, la maestra se dió vuelta, miró a los pequeños con esa cara demasiado alegre de las maestras jardineras, que siempre me pareció que detrás escondían una amenaza a los que las hagan quedar mal delante de padres o mayores. Empezó la canción, y el tipo que tenía la cámara quiso jugar a ser camarógrafo de Mtv o algo así, y bajó la cámara, para pasarla por donde estaban los pibitos y hacerles primeros planos mientras cantaban la cancioncita.
Le erró feo... La imagen empezó a verse lluviosa, se cortaba, volvía la imagen con un pibito con la jeta abierta y las palmas a punto de concretar un aplausito rítmico, y de nuevo se cortaba, y volvía con la maestra gesticulando exageradamente, y de nuevo se cortaba, y así.
Cuando se compuso la imagen, estaba terminando la cancioncita, que tiene que haber durado un minuto y medio, en el cual la imagen se cortó, fácil, nueve o diez veces.
Yo al principio me reía, viendo lo pedorro de la nota, y lo lastimosamente mal que había salido.
Después me puse a pensar en las madres... No soy machista, para nada, pero la verdad que se me vino la imagen de una madre (que podría haber sido también la imagen de un padre); la imagen era la de ese padre o madre que sabían que su hijito iba a salir cantando La Gallinita se hizo Popó en el programa del canal local, ese que ven todos, y que lo iba a grabar para después verlo de nuevo al nene que seguramente iba a estar sentadito al frente, con el peinadito que le habíamos hecho y eso porque él es el más lindo del jardincito y le voy a decir a los del trabajo, para que lo vean y si no después les mando el video para que me envidien, sobre todo a la yegua esa de contabilidad, la puta que la parió.
Ese padre o madre, que con tanto entusiasmo se había tragado todo el programa embolado esperando que salga el nene, vió todas sus expectativas frustradas por culpa de un camarógrafo idealista y desubicado, mezcla de rebeldón y medio boludo. Capaz que él mismo iba pisando algún cable, andá a saber.
Y bueno, me puse a pensar en esos padres...
Y ahí si que me reí en serio...

Yo y mi otro yo

Seguramente le tiene que pasar a alguien mas (no puedo ser el único) eso de sentir que le gustaría que la gente sepa de qué está hablando uno todo el tiempo. Ser entendidos, digamos. A ver, explico: a mi se me hace más patente, por ejemplo, cuando se me ocurre un chiste que tiene relación con algo, con algún dato o personaje, autor o película. No todos son fanáticos de Seinfeld, por lo que no puedo hacer chistes relacionados a los gags de la serie, salvo con aquellos que sé que son asiduos a ella (y que son un número increíblemente escaso, teniendo en cuenta que es la mejor serie no-animada de la historia del mundo mil, para usar una expresión hombrejinglesca). (Por ejemplo, no todos saben quién es el hombrejingle, por lo que muchos no van a entender la referencia en la frase anterior). Ejemplos como estos pasan todo el tiempo: en la secundaria, yo me divertía horrores citando e imitando diálogos de Los Simpsons con un amigo, aplicándolos a cualquier situación. Pero nunca más encontré a alguien que sepa tanto de Los Simpsons como él y por lo tanto, que entienda a qué me refiero, por ejemplo, cuando digo "No digas venganza, no digas venganza... aah... ¿Venganza?". También me pasa con personajes, autores, filósofos, etc. Es limitado el numero de personas con las que puedo hacer referencia a personajes increíbles como El Hombre Que Traduce Las Películas, Jimmy o Schopenhauer.
Y como esta vida es un enorme, gigantesco chiste que nos tiene a nosotros por centro, los mejores comentarios siempre se te ocurren cuando estás junto a personas que no lo van a entender, a los que (si tienen buena intención de escucharte) les vas a tener que explicar qué sentido tiene tu comentario (cosa que va a hacerle perder toda gracia o interés que podía generar), y que después te lo vas a olvidar cuando estés con personas que si lo entiendan. La cantidad de risas perdidas por encontrarnos siempre en el lugar equivocado y en un momento incorrecto...

En vistas de este problema, me puse a pensar que estaría bueno crear, conocer o formar una persona que sepa lo mismo que uno, que siempre entienda nuestros chistes y la sagacidad de nuestros comentarios más mordaces (porque nuestros comentarios siempre nos parecen interesantísimos, hasta que los escuchamos salir de nuestra boca...).
Pero ¿qué significaría un ser así? Un ente que sepa todo lo que sabemos... si existe una sola cosa que no sepa y nosotros si, tiene ya un grado de falibilidad (o sea, puede que haya un comentario que no entienda, lo que lo hace inútil a nuestro propósito). En mi caso, tendría que saber tanto que Velazquez pintó las Meninas, como que el compañero de Garfield se llamaba Odie, y otros tantísimos datos ínfimos como qué es Bahía de Los Cochinos, quien es Oliver Atom, el Principe Feliz, Sabina, el manteca Martínez; tiene que saber que Nietzsche nació en 1844, que la coca era originalmente verde, que el Mi mayor se forma con tres dedos en la guitarra. Tiene que saber quienes son los cronopios, donde queda Guaviyú y qué es un chochito. Todo esto, multiplicado por centenares de miles de datos.
Por lo tanto, tiene que saber TODO lo que nosotros sabemos. Y esto no refiere solo a datos, sino también a nuestra experiencia; todo lo que alguna vez hayamos vivido, es necesario que él lo sepa y lo haya vivido (ya que la experiencia concreta es más perfecta que la meramente contada, y si solo fuera un conocimiento indirecto, podría equivocarse). Tiene que saber todo, y haber vivido todo lo que nosotros hayamos vivido desde los albores de nuestra misma existencia.
¿Es posible la existencia de un ser asi? Imaginemos que si. No podríamos caminar, porque sabiendo todo lo que nosotros sabemos, y por tanto, teniendo las mismas experiencias que nosotros, es obvio que actuará igual que nosotros, por lo que intentará caminar por el exacto mismo lugar por el que caminamos nosotros, y siempre dentro del uso de su supuesta libertad, intentará demostrarle al otro que el único original es él. No podríamos hablar con nadie, o mejor dicho, nuestro interlocutor escucharía lo mismo dos veces, ya que no existe nada que nos haga suponer que dos personas que toda su vida tuvieron exatamente las mismas experiencias y conocimientos, pensarían distinto o actuarían distinto; muy por el contrario, teniendo en cuenta que las valoraciones de uno, siempre dependen del contexto y lo vivido, serían dos personas con las mismas valoraciones, los mismos conocimientos y los mismos comentarios. Nadie se enamoraría de nosotros, porque son dos quienes tienen todo eso que les puede gustar de nosotros; de igual manera, nadie nos odiaría. Y allí llegamos a nuestro problema: ¿qué buscábamos al principio? quien entendiera lo que decíamos, y valorara nuestros chistes y agudezas. Pero ¿cómo podríamos sorprender a quien ya está diciendo lo mismo que nosotros decimos, en el mismo momento en que lo pronunciamos?.
En conclusión, este ser no sería más que un doble nuestro, tratando de caminar siempre por donde nosotros caminamos: o sea, una sombra que no es sombra, todo el tiempo haciendo lo mismo que nosotros, sin posibilidad alguna de engañarlo, ni de innovar en nada. Nada que hiciéramos escaparía a la regla de que también el otro lo estaría haciendo en el mismo momento, y con la mismo motivación innovadora, buscando exactamente el mismo fin que el otro. Seríamos una imagen doble para el mundo.

Digamos que prefiero contarme los chistes a mi mismo, si quiero que alguien me entienda del todo. Y fuera de eso... demos gracias por la diversidad, y dejemos de buscar siempre "los iguales"...

Mi primer comentario recibido, je

"porque admiro de vos esa maravillosa capacidad de convertir algo tan simple como la cotidianeidad en algo tan atrapante como tus aventuras, que hasta a mi me atraparon y eso que no soy la mas lectora de todas... para decirte que te adoro con todo mi corazon... y que yo si se leerte, como vos decís... te adoro... TU AMIGA INCONDICIONAL... ANITA"

***

Comentario recibido fuera de esta página, ya que la misma no le dejó a Ana poner el comentario. Cumplo sus órdenes de subir su comentario y así evitar la censura, jaja. En fin... gracias, negra, yo también te quiero!

jueves, septiembre 21, 2006

Cuidame la puerta...

En pleno viaje de vuelta hacia mi casa vi, cuando me iba acercando a una esquina, que contra la pared, en la misma vereda por la que iba yo, había algo apoyado. Como estaba a media cuadra y mi vista no es la mejor, no distinguí bien que era, hasta que me acerqué adonde estaba eso.
Era una puerta.
Una puerta sola, en medio de calle Montevideo al mediodía, sin ninguna estructura que la soporte, se vé ridícula. Tan ridícula como se veria una oreja sin la cabeza circundante.
En fin, allí estaba, una puerta blanca, bien lustrada, con pinta de nueva, apoyada contra la pared.
Cuando ya iba pasando casi por delante de ella, veo que delante suyo estaba estacionado un auto. Dentro de él, había una mujer.
La señora estaba apoyada en la abertura del auto, con el vidrio bajo, la cabeza descansaba en su mano derecha. No le quitaba la vista de encima a la puerta.
Si bien pasé por su lado tal vez menos de 3 segundos, no la vi pestañear, y su cara parecía indicar que no tenía ninguna intención de hacerlo. No puedo explicar con palabras la concentración que traducía esa mujer en su cara. Estaba completamente absorta en su tarea de vigilar la puerta. Su rostro demostraba que algo pensaba, a pesar de su apariencia de mera mecanicidad. Aunque no sabría decir si estaba pensando "El orden del Universo depende en este momento de que yo cumpla mi obligación de vigilar la seguridad de esta puerta", o más bien "¿Era esto lo que yo soñaba en mi juventud? ¿Terminar controlando la suerte de una puerta sola en la calle? Yo pensaba que daba para más". Cuando levanté la cabeza de nuevo, vi que se acercaba un señor, con aire de volver a llevarse la puerta que le había dejado encargada a la mujer. Pasé a su lado.
No me di vuelta para ver si se llevaba o no la puerta.

Tal vez me equivoco, y ni él fue a buscar la puerta ni la señora la estaba vigilando; tal vez este señor era un traficante de órganos en el mercado negro y la señora, su próxima víctima; y tal vez todo sucedió exactamente como yo lo acabo de contar, y sin embargo, al único que le puede interesar algo tan irrelevante como esto es a mi...

La conciencia de la materialidad

Creo que la conciencia de la materialidad se desarrola lentamente en el ser humano. Los chicos, los más chiquitos, no terminan de captar acabadamente que existe algo delante de ellos que es de cierta entidad firme y que puede, por ejemplo, bloquear su paso. A esto llamo yo conciencia de materialidad, ser consciente de que entre nosotros y otro punto cualquiera, pueden existir cuerpos materiales que dificulten o impidan libremente nuestra llegada a él.
Tal cosa falta en los más chicos, y esto lo puede ver cualquiera que ande seguido por un lugar transitado.
Los más chicos, cuando por ejemplo están en la peatonal y quieren correr a la vidriera de la juguetería, son capaces de agachar sus cabecitas y darle derecho, desde la vereda de enfrente, sin pensar en nada más que el encuentro cara a cara con algún grotesco muñeco de Winnie Pooh o algunos de esos esperpentos.
En el medio, puede que usted encuentre que ese niño arremete velozmente contra sus extremidades inferiores, generando un grave peligro para su integridad física y una gran posibilidad de que usted termine cayendo en pleno centro, enroscado en una danza macabra con un infante enredado entre sus piernas.
Los chicos pasan, no les importa nada más que llegar a donde quieren ir. Usted es quien debe frenar, esquivarlos, y hasta saltarlos de ser necesario. En fechas pico, como vísperas de Navidad y otras por el estilo, esto puede tranquilamente practicarse como un deporte (de riesgo); a quien no lo crea, lo invito a realizar una caminata algún 24 de diciembre a las 11:30 de la mañana, en pleno centro, y tratando de caminar en línea recta entre los desaforados energúmenos que intentan todavía conseguir los turrones que le faltan para la noche, o las lucecitas del arbolito que las muy hijas de puta se quemaron justo el 23 a la noche.
Allí, en medio de esa jungla suburbana, cuando intente esquivar a la señora que frenó sin poner guiño porque le gustó un juego de platos que vió en la vereda de un bazar, necesariamente aparecerá un niño que imprudentemente se mandó delante suyo. Cuando no pueda frenar, y tengo que pegar un saltito o algo asi tratando de evitar lastimar al impúber, no se preocupe: al menos será algo muy gracioso para quien venía caminando atrás suyo y lo vió realizar esa pirueta.
Hoy mismo me pasó eso, al mediodía. Iba caminando por la peatonal, y me cruzo con un grupo de pibes que no habrán superado los 12 años. Salían entre varios, a comer o tomar un helado (actividad muy grata que uno realiza con gusto hasta los 16 años, aproximadamente; después de esa edad, juntar un grupo de más de tres para comer algo al mediodía en el centro, es trabajo insalubre para un joven...).
En fin, los pibes venían en su nube rosa, mirando para todos lados. Uno, particularmente en su mundo, venía con la cabecita perdida, de acá para alla, mirando para arriba y a los costados. Trato de pasar por su lado, esquivándolo, y el muy nabo se tira contra mí, chocándome. Lo saco con los brazos, lo más sobriamente posible, y sigo mi camino, recuperando la estabilidad casi perdida. Me doy vuelta, lo veo como va, y seguía mirando para todos lados, como si nada. Su choque conmigo significó para él lo mismo que el choque de una hojita seca contra su cabeza. Le chupó un huevo.
Benditos sean los niños...

miércoles, septiembre 20, 2006

"Al costado"

Ojalá les guste este pequeño escrito, se llama "Al Costado":

***

"Mirada gacha, perdida y sin embargo, profunda. No es el mirar disperso de aquel que no sabe donde ir, no. Es el mirar de quien tiene su concentración mucho más allá de las baldosas que le sirven de base a sus pasos lentos.
Atrae la mirada de la gente. Incluso aquellos que no quieren mirarlo, desvían levemente sus ojos hacia él, cuando pasan a su lado, como quienes se avergüenzan de ver algo, y sin embargo no resisten la tentación de hacerlo. Él está atravesando la plaza, lugar de alta categoría dentro de la ciudad, donde convergen jóvenes ataviados con lo último de la moda, ejecutivos de lentes oscuros y sonrisa falsa, y turistas curiosos. El paso lento es lo que de él llama la atención; camina casi tambaleándose, pero no está nunca ni cerca de caer.
La plaza es muchas veces hogar frío de indigentes y personas sin techo, y la gente ha aprendido a pasar por la plaza sin que ello les haga surgir ni siquiera un gramo de lástima en lo más profundo de su estrecha alma. En la sociedad de hoy, todos están altamente entrenados en esto de pasar delante de la necesidad del prójimo, y ni siquiera notarlo. Sociedad rica en adelantos, y paupérrima en valores básicos. Bienvenidos al banquete.
Pero el paso pausado que él mantiene, lo hace diferente a los demás. Más de uno debe pensar que está ebrio, o drogado. Muy lejos de ello, él solo está caminando. Solo que no tiene apuro.
Su apariencia facilita el prejuicio. Su pelo rizado es abundante, desarreglado y con muy poco cuidado. Tiene barba abundante, lo que delata la falta de una buena afeitada, que se debe desde hace rato. Su cuerpo es flaco, denotando una importante falta de alimentación, lo cual puede explicar a simple vista su andar poco firme. Tiene un resto de camisa, que le queda muy holgada, oscura por la suciedad pero que se nota que alguna vez fue al menos de un color crema. Los pantalones también están descuidados, de un color gris con algunas manchas no lavadas en su momento. Lleva sandalias a pesar de que es otoño, y el frío empieza a pegar fuerte. De su hombro derecho cuelga un pequeño bolso, negro, un tanto viejo. Sigue caminando, ya por el medio de la plaza.
Levanta la cabeza, no para mirar a los demás. Está examinando el verde pasto delante de él. Una mueca de satisfacción se dibuja casi imperceptiblemente en sus gestos, al clavar la vista en un espacio libre, de vegetación baja, llamativa y de apariencia cómoda.
Se dirige allí, siempre con su andar sin prisa alguna. Asciende levemente y llega al lugar visto.
Da una pequeña vuelta, emulando a los animales que van a echarse, y se sienta sin la menor dificultad. Deja a su lado derecho el bolso, y se quita lentamente las sandalias, que dejará a su izquierda. Por primera vez mira a su alrededor, sin detenerse en ninguna cara, ni en ningún lugar siquiera. Respira hondo, cierra los ojos. Una mujer que lo mira al pasar podría apostar que ese "vago" se va a acostar a dormir, a descansar de alguna resaca con vino barato adquirida la noche anterior. Para su sorpresa, el supuesto vago no se recuesta.
Abre su bolso, el que tenía a la derecha, y saca una especie de almohadilla de tela gruesa. Es mullida, de color rojo negruzco. La ubica detrás de su espalda, en el suelo, justo detrás de donde está sentado. Mete de nuevo la mano en el bolso, y saca un libro. En la tapa, una figura simple y conocida, de apariencia saludable y que genera respeto.
Abre el libro, y lo deja abierto delante de si. Toma su pie izquierdo descalzo, y lo apoya sobre su muslo derecho; acto seguido, agarra el otro pie, y lo cruza por sobre el izquierdo, dejándolo reposar con la planta apuntando hacia arriba, sobre el muslo izquierdo.
Una vez hecho esto, se apoya con sus dos brazos, levantando un poco su cuerpo, y ubicándolo encima del pequeño almohadón que estaba detrás suyo. Las rodillas firmemente unidas al suelo. Alcanza con la mano derecha su libro, y busca el capítulo que quiere leer. Mientras lee, la sonrisa de su cara se hace notable. Cierra los ojos, y respira hondo; los abre, y observa a la gente que pasa. Más de uno se ríe al verlo. Una persona, vestida con traje y llevando un portafolios, lo mira por encima de sus lentes oscuros, y mientras habla por su teléfono celular, ensaya una risa modesta, cosa que se nota que no hace muy seguido, dada la dureza de sus facciones. Una mujer mayor pasa, y al mirarlo, corre su cara casi con asco, y sujeta fuertemente un rosario que lleva en el cuello. Algunos jóvenes lo miran y se ríen también.
Y a él todo esto le importa tan poco... Sigue mirando con aire satisfactorio. Recuerda las palabras del Dalai Lama: "La tolerancia sólo puede aprenderse del enemigo". Y sonríe.
Cierra los ojos. Deja fluir sus pensamientos y sentimientos. Se le aparece la imagen de su familia, del libro que estaba leyendo hoy a la mañana, del mate que le dio el padre antes de salir, de los amigos que lo pasaron a visitar el sábado y que hacía tanto que no veía, de los compañeros de la Facultad de Ciencias Sociales, del día que aprobó su defensa de tesis y se recibió de Licenciado, de los seres queridos que le organizaron la fiesta al recibir el diploma. Si bien trataba dentro de lo posible de empezar a practicar el desapego, le costaba muchísimo.
Para la persona solitaria, siempre resulta divertido tener a alguien en quien pensar.
En su cabeza comenzó el agradable cosquilleo. La tranquilidad lo invadía como si fuera un medicamento intravenoso, relajándolo de a poco. Su sonrisa se ensanchaba sin que él se diera cuenta. Cuando abrió los ojos, estaba riendo silenciosamente. Miró a su alrededor, todo seguía igual, salvo que las caras habían cambiado; pero todavía estaban quienes se reían, quienes lo miraban mientras corrían apurados para que no les cierre el banco, y quienes desviaban la mirada con recelo. Pero ellos no sabían nada de lo que él experimentaba cuando meditaba. Los que reían no sabían nada de la felicidad del éxtasis; los que corrían apurados desconocían la realidad ilusorio del tiempo, y su contingencia; los que lo miraban con desconfianza, nada entendían de la felicidad que se sentía con la apertura al camino medio y al equilibrio entre mente y cuerpo.
Sintió un poco de lástima, pero sabía que no había mucho que pudiera hacer. Cada uno debe entender a su tiempo, si es que alguna vez lo hace, y recién allí el Maestro aparecerá.
Juntó sus palmas abiertas, con los dedos juntos, e inclinó su cabeza levemente. Liberó sus piernas de la posición en que las había colocado, y estiró un poco su cuerpo. Se levantó, poniendo sus cosas en el bolso, calzándose sus sandalias, y emprendiendo el camino de vuelta a su casa. No quería volver tarde, los últimos diez días de reclusión y ayuno, terminados hace solo un par de días, habían preocupado un poco a la familia, y prefería consentirlos un poco por un tiempo. Siguió caminando lento, entre la gente que no dejaba de mirarlo. Algunos miraban su andar, otros su aspecto. Los más inteligentes, miraban con respeto y un tanto de envidia, la enorme sonrisa en su rostro."



Ariel Avellaneda


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Hace no mucho, vi la película "Un Buda", de Diego Rafecas. En ella se cuenta la historia de un pibe que va profundizando su práctica del budismo, y todas las complicaciones y ventajas que eso le trae, consigo mismo y con los demás. Inspirado en eso, y por otras razones, una tarde vomité este cuento. Sean felices

Guarda con la paloma

Camino mucho. Sin duda, una de las razones (si es que existe al menos una) de este blog es que camino mucho. Y en esas largas caminatas, que suelen ser más o menos por los mismos lugares, veo muchas cosas. Observo todo. Veo a la gente. Inténtenlo, está muy bueno. Vean realmente a la persona que pasa al lado suyo, traten de imaginarse su vida (obviamente se van a equivocar ¿a quien le importa ser certero en esas cosas?), hagan un identikit de su persona a través del lenguaje corporal que exterioriza. Uno llega a agarrarle el gusto a hacer eso. Y conoce mucho de la gente.
Una de las cosas que más rápido se puede conocer es lo fácil que la gente pone una máscara a su forma de ser. Todo el tiempo, pueden ver a los pibes en el centro, lookeados a la moda, hablando como idiotas... eso habla de ellos, sus comportamientos también. Si uno aprende a leer a las personas, es Gardel... y está bueno empezar por aquellos que te cruzás en la calle, sin que puedas saber si le pegaste o no. Pero tratá de leerlos.
Por ejemplo, es fácil leer a una persona que intenta ser formal, o que se cree más que los demás por llevar un traje y un portafolios. Eso es muy común, yo lo veo todos los días (sobre todo porque camino temprano, tipo 7:50, cuando salen todos a laburar y esas cosas). El típico es el hombre canchero, con celular al oído todo el tiempo, anteojos negros si es joven, portafolios al tono... Y ese andar característico del pobre diablo que se tuvo que comprar un traje para sentirse alguien. Del infeliz que tuvo que buscarse un trabajo que le permita vestirse formal para dejar de ser nadie.
Y ahi va, con aire sobrador, caminando por encima de la plebe.
Ayer, lunes 18, yo iba para la facultad, temprano. Iba caminando, escuchando Los Redondos, por la peatonal. A unos metros, veo que viene caminando en sentido opuesto uno de estos especímenes. Cuando está cerca mio, a poca distancia ya, una paloma gris, con evidente intención justiciera, pasa volando a metro y medio de la cabeza del tipo, con su aleteo llamativo y siempre sorpresivo. El supuesto hombre superior, de traje, corbata y celular de última, se asustó como cualquier hijo de vecino, agachándose exageradamente, y tratando de recomponer la postura apenas pasó el aterrador animal. Yo observé la escena, y no se me movió un músculo... hasta que nos cruzamos y ya no lo vi más. Y ahi si me empecé a reir, hasta llegar a la facultad...

Ecce Homo

"En previsión de que dentro de poco me vea obligado a imponer a la humanidad la más dura exigencia que nunca se le haya impuesto, creo indispensable decirle antes QUIEN SOY YO" (Friedrich Nietzsche)

Asi empieza Nietzsche su autobiografía ("Ecce Homo, o como se llega a ser lo que se es") y asi queria empezar yo este humilde blog. Lo que he de contar aquí no es más que mi vida... ni más ni menos. A más de uno le parecerá aburrida, recurrente o insignificante. Y está bien: no quiero convencer a nadie de que mi vida no es así. No es algo que yo le quiera vender a nadie; de hecho, no soportaría que nadie me la quitara. No podría vivir la vida de los demás, no podría soportar ver que otro toma las mismas cosas que hago y las disfruta estúpidamente como solo yo me permito hacerlo.
He aquí el cúmulo de mis diversiones, una parafernalia de personajes pseudo inventados, situaciones idiotas, importantes, chocantes o simplemente divertidas y llamativas. Tengo toda la intención de llenar estas futuras páginas con un sinfín de situaciones cotidianas que no por ello dejan de ser importantes. Mi vida se llena de eso: de situaciones tan insignificantes como importantes. Me gusta imaginar que en lugar de tener un angelito y un diablito sobre mis hombros, llevo conmigo todo el tiempo a Julio Cortázar y a Jerry Seinfeld, uno en cada hombro, y que son mis compañeros en esas largas caminatas que tanto disfruto, y que la gente piensa que las hago en soledad. Y allá vamos, con mis dos "conciencias", riendo en silencio y con la cara bien dura. Cuando las carcajadas van por dentro, expresarlas es un mero altruísmo. La verdadera diversión la encuentro yo en las pequeñas cosas... y en Los Simpsons, por supuesto. Sin más preámbulos, quiero darles la bienvenida a todos ustedes, a... LAS VERDADERAS AVENTURAS DE PEQUEÑO NIETZSCHE.