jueves, septiembre 21, 2006

La conciencia de la materialidad

Creo que la conciencia de la materialidad se desarrola lentamente en el ser humano. Los chicos, los más chiquitos, no terminan de captar acabadamente que existe algo delante de ellos que es de cierta entidad firme y que puede, por ejemplo, bloquear su paso. A esto llamo yo conciencia de materialidad, ser consciente de que entre nosotros y otro punto cualquiera, pueden existir cuerpos materiales que dificulten o impidan libremente nuestra llegada a él.
Tal cosa falta en los más chicos, y esto lo puede ver cualquiera que ande seguido por un lugar transitado.
Los más chicos, cuando por ejemplo están en la peatonal y quieren correr a la vidriera de la juguetería, son capaces de agachar sus cabecitas y darle derecho, desde la vereda de enfrente, sin pensar en nada más que el encuentro cara a cara con algún grotesco muñeco de Winnie Pooh o algunos de esos esperpentos.
En el medio, puede que usted encuentre que ese niño arremete velozmente contra sus extremidades inferiores, generando un grave peligro para su integridad física y una gran posibilidad de que usted termine cayendo en pleno centro, enroscado en una danza macabra con un infante enredado entre sus piernas.
Los chicos pasan, no les importa nada más que llegar a donde quieren ir. Usted es quien debe frenar, esquivarlos, y hasta saltarlos de ser necesario. En fechas pico, como vísperas de Navidad y otras por el estilo, esto puede tranquilamente practicarse como un deporte (de riesgo); a quien no lo crea, lo invito a realizar una caminata algún 24 de diciembre a las 11:30 de la mañana, en pleno centro, y tratando de caminar en línea recta entre los desaforados energúmenos que intentan todavía conseguir los turrones que le faltan para la noche, o las lucecitas del arbolito que las muy hijas de puta se quemaron justo el 23 a la noche.
Allí, en medio de esa jungla suburbana, cuando intente esquivar a la señora que frenó sin poner guiño porque le gustó un juego de platos que vió en la vereda de un bazar, necesariamente aparecerá un niño que imprudentemente se mandó delante suyo. Cuando no pueda frenar, y tengo que pegar un saltito o algo asi tratando de evitar lastimar al impúber, no se preocupe: al menos será algo muy gracioso para quien venía caminando atrás suyo y lo vió realizar esa pirueta.
Hoy mismo me pasó eso, al mediodía. Iba caminando por la peatonal, y me cruzo con un grupo de pibes que no habrán superado los 12 años. Salían entre varios, a comer o tomar un helado (actividad muy grata que uno realiza con gusto hasta los 16 años, aproximadamente; después de esa edad, juntar un grupo de más de tres para comer algo al mediodía en el centro, es trabajo insalubre para un joven...).
En fin, los pibes venían en su nube rosa, mirando para todos lados. Uno, particularmente en su mundo, venía con la cabecita perdida, de acá para alla, mirando para arriba y a los costados. Trato de pasar por su lado, esquivándolo, y el muy nabo se tira contra mí, chocándome. Lo saco con los brazos, lo más sobriamente posible, y sigo mi camino, recuperando la estabilidad casi perdida. Me doy vuelta, lo veo como va, y seguía mirando para todos lados, como si nada. Su choque conmigo significó para él lo mismo que el choque de una hojita seca contra su cabeza. Le chupó un huevo.
Benditos sean los niños...