miércoles, septiembre 20, 2006

"Al costado"

Ojalá les guste este pequeño escrito, se llama "Al Costado":

***

"Mirada gacha, perdida y sin embargo, profunda. No es el mirar disperso de aquel que no sabe donde ir, no. Es el mirar de quien tiene su concentración mucho más allá de las baldosas que le sirven de base a sus pasos lentos.
Atrae la mirada de la gente. Incluso aquellos que no quieren mirarlo, desvían levemente sus ojos hacia él, cuando pasan a su lado, como quienes se avergüenzan de ver algo, y sin embargo no resisten la tentación de hacerlo. Él está atravesando la plaza, lugar de alta categoría dentro de la ciudad, donde convergen jóvenes ataviados con lo último de la moda, ejecutivos de lentes oscuros y sonrisa falsa, y turistas curiosos. El paso lento es lo que de él llama la atención; camina casi tambaleándose, pero no está nunca ni cerca de caer.
La plaza es muchas veces hogar frío de indigentes y personas sin techo, y la gente ha aprendido a pasar por la plaza sin que ello les haga surgir ni siquiera un gramo de lástima en lo más profundo de su estrecha alma. En la sociedad de hoy, todos están altamente entrenados en esto de pasar delante de la necesidad del prójimo, y ni siquiera notarlo. Sociedad rica en adelantos, y paupérrima en valores básicos. Bienvenidos al banquete.
Pero el paso pausado que él mantiene, lo hace diferente a los demás. Más de uno debe pensar que está ebrio, o drogado. Muy lejos de ello, él solo está caminando. Solo que no tiene apuro.
Su apariencia facilita el prejuicio. Su pelo rizado es abundante, desarreglado y con muy poco cuidado. Tiene barba abundante, lo que delata la falta de una buena afeitada, que se debe desde hace rato. Su cuerpo es flaco, denotando una importante falta de alimentación, lo cual puede explicar a simple vista su andar poco firme. Tiene un resto de camisa, que le queda muy holgada, oscura por la suciedad pero que se nota que alguna vez fue al menos de un color crema. Los pantalones también están descuidados, de un color gris con algunas manchas no lavadas en su momento. Lleva sandalias a pesar de que es otoño, y el frío empieza a pegar fuerte. De su hombro derecho cuelga un pequeño bolso, negro, un tanto viejo. Sigue caminando, ya por el medio de la plaza.
Levanta la cabeza, no para mirar a los demás. Está examinando el verde pasto delante de él. Una mueca de satisfacción se dibuja casi imperceptiblemente en sus gestos, al clavar la vista en un espacio libre, de vegetación baja, llamativa y de apariencia cómoda.
Se dirige allí, siempre con su andar sin prisa alguna. Asciende levemente y llega al lugar visto.
Da una pequeña vuelta, emulando a los animales que van a echarse, y se sienta sin la menor dificultad. Deja a su lado derecho el bolso, y se quita lentamente las sandalias, que dejará a su izquierda. Por primera vez mira a su alrededor, sin detenerse en ninguna cara, ni en ningún lugar siquiera. Respira hondo, cierra los ojos. Una mujer que lo mira al pasar podría apostar que ese "vago" se va a acostar a dormir, a descansar de alguna resaca con vino barato adquirida la noche anterior. Para su sorpresa, el supuesto vago no se recuesta.
Abre su bolso, el que tenía a la derecha, y saca una especie de almohadilla de tela gruesa. Es mullida, de color rojo negruzco. La ubica detrás de su espalda, en el suelo, justo detrás de donde está sentado. Mete de nuevo la mano en el bolso, y saca un libro. En la tapa, una figura simple y conocida, de apariencia saludable y que genera respeto.
Abre el libro, y lo deja abierto delante de si. Toma su pie izquierdo descalzo, y lo apoya sobre su muslo derecho; acto seguido, agarra el otro pie, y lo cruza por sobre el izquierdo, dejándolo reposar con la planta apuntando hacia arriba, sobre el muslo izquierdo.
Una vez hecho esto, se apoya con sus dos brazos, levantando un poco su cuerpo, y ubicándolo encima del pequeño almohadón que estaba detrás suyo. Las rodillas firmemente unidas al suelo. Alcanza con la mano derecha su libro, y busca el capítulo que quiere leer. Mientras lee, la sonrisa de su cara se hace notable. Cierra los ojos, y respira hondo; los abre, y observa a la gente que pasa. Más de uno se ríe al verlo. Una persona, vestida con traje y llevando un portafolios, lo mira por encima de sus lentes oscuros, y mientras habla por su teléfono celular, ensaya una risa modesta, cosa que se nota que no hace muy seguido, dada la dureza de sus facciones. Una mujer mayor pasa, y al mirarlo, corre su cara casi con asco, y sujeta fuertemente un rosario que lleva en el cuello. Algunos jóvenes lo miran y se ríen también.
Y a él todo esto le importa tan poco... Sigue mirando con aire satisfactorio. Recuerda las palabras del Dalai Lama: "La tolerancia sólo puede aprenderse del enemigo". Y sonríe.
Cierra los ojos. Deja fluir sus pensamientos y sentimientos. Se le aparece la imagen de su familia, del libro que estaba leyendo hoy a la mañana, del mate que le dio el padre antes de salir, de los amigos que lo pasaron a visitar el sábado y que hacía tanto que no veía, de los compañeros de la Facultad de Ciencias Sociales, del día que aprobó su defensa de tesis y se recibió de Licenciado, de los seres queridos que le organizaron la fiesta al recibir el diploma. Si bien trataba dentro de lo posible de empezar a practicar el desapego, le costaba muchísimo.
Para la persona solitaria, siempre resulta divertido tener a alguien en quien pensar.
En su cabeza comenzó el agradable cosquilleo. La tranquilidad lo invadía como si fuera un medicamento intravenoso, relajándolo de a poco. Su sonrisa se ensanchaba sin que él se diera cuenta. Cuando abrió los ojos, estaba riendo silenciosamente. Miró a su alrededor, todo seguía igual, salvo que las caras habían cambiado; pero todavía estaban quienes se reían, quienes lo miraban mientras corrían apurados para que no les cierre el banco, y quienes desviaban la mirada con recelo. Pero ellos no sabían nada de lo que él experimentaba cuando meditaba. Los que reían no sabían nada de la felicidad del éxtasis; los que corrían apurados desconocían la realidad ilusorio del tiempo, y su contingencia; los que lo miraban con desconfianza, nada entendían de la felicidad que se sentía con la apertura al camino medio y al equilibrio entre mente y cuerpo.
Sintió un poco de lástima, pero sabía que no había mucho que pudiera hacer. Cada uno debe entender a su tiempo, si es que alguna vez lo hace, y recién allí el Maestro aparecerá.
Juntó sus palmas abiertas, con los dedos juntos, e inclinó su cabeza levemente. Liberó sus piernas de la posición en que las había colocado, y estiró un poco su cuerpo. Se levantó, poniendo sus cosas en el bolso, calzándose sus sandalias, y emprendiendo el camino de vuelta a su casa. No quería volver tarde, los últimos diez días de reclusión y ayuno, terminados hace solo un par de días, habían preocupado un poco a la familia, y prefería consentirlos un poco por un tiempo. Siguió caminando lento, entre la gente que no dejaba de mirarlo. Algunos miraban su andar, otros su aspecto. Los más inteligentes, miraban con respeto y un tanto de envidia, la enorme sonrisa en su rostro."



Ariel Avellaneda


***
Hace no mucho, vi la película "Un Buda", de Diego Rafecas. En ella se cuenta la historia de un pibe que va profundizando su práctica del budismo, y todas las complicaciones y ventajas que eso le trae, consigo mismo y con los demás. Inspirado en eso, y por otras razones, una tarde vomité este cuento. Sean felices