miércoles, enero 02, 2008

"E": Espiritualidad


1. f. Naturaleza y condición de espiritual.

2. f. Cualidad de las cosas espiritualizadas o reducidas a la condición de eclesiásticas.

3. f. Obra o cosa espiritual.

4. f. Conjunto de ideas referentes a la vida espiritual.

Por primera vez en este diccionario, uso las cuatro acepciones dadas por la RAE. Imposible decidirse y elegir, todas refieren igualmente a la Espiritualidad. Escribir sobre la Espiritualidad es una tarea imposible, en todo su sentido. Pero a la vez, yo sabía bien que me arriesgaba a esto cuando dejé en manos de otra persona la elección de las palabras que me acompañarían en el proyecto, y esas posibles imposibilidades, son las que para mi, más valor le dan a esto.

Hablar de Espiritualidad nos remite a hablar de Espíritu.

Si alguien puede definir lo que es el Espíritu, no soy yo, o al menos, no es aquí. Las palabras se vacían cuando uno las quiere referir al Espíritu. Y sin embargo, en el uso común, en la historia de la filosofía y la literatura, se ha utilizado al lado de tantas otras palabras, resignificadas por dicha ubicación, y que más que ayudar a decir algo sobre el Espíritu, colaboraron con la dispersión y la ambivalencia del término. Así, vemos que se puede hablar de una Espiritualidad como algo referido a determinada religión, o como virtud de aquel que se interesa por las cosas más elevadas. Se habla en el lenguaje común, de espíritus malignos o benignos, cuando se hablan de fantasmas, o de bebidas espirituosas cuando éstas producen determinadas sensaciones. Tristemente se ha hablado mucho de Espíritu del pueblo. Hay Espíritus subjetivos y objetivos aún vagando por muchas cátedras universitarias del mundo. Algunos podemos aún escuchar los gritos y los cantares de los Espíritus libres que aún vienen llegando por el horizonte. Hay espíritu de una época, hay espíritus nobles y espíritus chocarreros. Hay espiritualidad perdida, encontrada y reencontrada.

Pero es necesario también hacernos la pregunta primera, esa que debe hacer todo aquel que quiera comprender realmente todo, por más molesto que sea: ¿Es algo, el Espíritu? ¿Se asienta la Espiritualidad sobre algo, o no es más que otra quimera filosófica heredada de tantos años, que ya la sentimos como verdad firme aunque no lo sea?. La dificultad de contestar una pregunta así, viene de la mano de la anteriormente referida: ¿Como decir si existe o no algo, si no podemos definir de qué estamos hablando? Tal vez sea posible decir que existe un Espíritu de la época, sin que eso signifique que existe la Espiritualidad como contacto con lo divino.

Puede pensarse que el Espíritu es "lo que sobra". Tomemos a un ser, desprendámoslo abstractamente de todo lo que en él es orgánico, y allí tendremos algo que sobra: ¿su alma? ¿su yo? ¿su ser?. Puede ser su Espíritu. La espiritualidad puede ser pensada como aquello que refiere a lo que en nosotros no es enteramente físico ni mental. ¿Qué queda fuera de ello? Lo espiritual. Es una posibilidad.

Presentada la dificultad, y habiendo advertido que no es éste el lugar en el que creo conveniente ahondar más en el tema, me gustaría salir del problema con estilo.

Salir a lo Borges.

Cuando Borges, después de criticar las nociones de eternidad esbozadas con anterioridad a él, tanto por Platón, Nietzsche, los árabes, etc. , pasa él mismo a definir su noción de eternidad. Pero esa noción, está muy lejos de ser una definición. Y sin embargo, yo la prefiero por sobre cualquier definición de diccionario.

Porque tiene vida... Como la eternidad.

Por eso mismo, ahora que no me siento fuerte como para matar la Espiritualidad a golpes de palabras, prefiero dejarles a mis escasos lectores, mi noción viva de Espiritualidad, con una breve anécdota...


En el mes de Marzo del año que acaba de terminar, realicé un curso de meditación Vipassana en Buenos Aires. Fueron 10 días de silencio, comida vegetariana y meditación. Un experiencia increíble que espero volver a repetir pronto. El último día, antes de cerrar del todo el curso, se nos permitió (luego de 9 días y medio de estricto silencio) conversar libremente con los demás meditadores. Bullían las voces de aquí y de allá, tan ansiosos estaban todos por hablar (no muchas personas son capaces de no buscar aturdirse, y menos luego de casi 10 dias de silencio). Fue muy agradable, todos hablaban con todos, a pesar de no conocerse; todos con excelente predisposición, alegría y ánimo.

En un momento, dejo a la gente y me dirijo al baño de hombres, al final del pasillo de nuestro pabellón. En la puerta, me encuentro con uno de los meditadores, con quien nos ponemos a conversar. Me cuenta que tiene más de 50 años (con el tiempo he olvidado ese y otros detalles) y que vivía en Neuquén. Conversamos un rato, y luego entramos al baño, que tenía lugar para varias personas. Encontramos a otro chico, que salía de bañarse. Era de Puerto Rico, y hacía casi 8 años que estaba viajando por toda América. Los tres nos pusimos a conversar animadamente en lo que sería el antebaño. Eran cerca de las once de la noche pero nadie tenía ganas de dormir. Los tres estábamos hablando, de muchas cosas. El portorriqueño nos contaba anécdotas increíbles, que hasta hoy, al recordarlas, me sorprenden. Era una persona increíble, con una alegría que lamentablemente no es la que normalmente ve uno por la calle.

En un momento, el señor le consulta al portorriqueño, si esta técnica de meditación funcionaba, si realmente era buena. El portorriqueño se sonrió, como quien ha tenido que responder varias veces una pregunta que a él le parece tan obvia, lo mira a los ojos al señor, y luego inexplicablemente me mira a mi.

Le dice entonces, al señor (palabras más, palabras menos...): "¿Quieres saber si funciona? Mírale los ojos a él...". Me señalaba a mí. Ese chico, portorriqueño, que había viajado hace tanto por tantos lugares, pasando por situaciones durísimas y conociendo gente increíble, ese chico, veía algo en mí. Algo que se le aparecía como más claro que cualquier cosa o prueba que pudiera decir él. El silencio se apoderó del antebaño. Los dos me miraban, el señor como no entendiendo mucho, pero sonriendo con complicidad.

Y yo ahi entendí mucho: no porque yo crea que efectivamente yo despidiera algo que ver. Sino porque ese chico, cuando me veía, permitía que yo también lo vea a él. Lo que él veía en mí, era lo que yo veía en él. Un brillo en los ojos, una tranquilidad y una risa absolutamente silenciosa, una felicidad ahogada por pura humildad. Eso es lo que nos vimos.

Y eso que yo vi en su persona, es lo más cercano a la Espiritualidad que he conocido...