lunes, octubre 30, 2006

Hacerlo

Me envicié con esto de publicar cosas viejas. Siempre sentí debilidad por este escrito; no se porque, me gusta. Espero que a los lectores también. Déjenme un comentario, a ver que les pareció. Buenas noches, Bariloche...

* * *
Hacerlo

La agitación era tremenda. Su corazón latía como si en cualquier momento fuera a producir su último movimiento, el paro cardíaco.
El de ella también latía, tal vez incluso más fuerte que el de él. Sus cuerpos estaban tan juntos, tan unidos.
Había una conexión espiritual entre los cuerpos, algo invisible los unía, atándolos en ese acto nuevo para los dos. La transpiración era una cera caliente que no hacía más que favorecer la unión corporal, fundiéndolos en uno.
Los movimientos eran cada vez más fuertes, y más fuertes. Ella gemía. El de vez en cuando profería un potente grito.
Hasta que ella gritó tan fuerte, que a él ya no le quedaron dudas. Ese estruendoso chillido solo podía significar una cosa: la función había terminado.

Con ese último grito, él se despertó. Estaba sudando nuevamente. Se despertó agitado, otra vez. El sueño era cada vez más recurrente.
En parte, era perturbador. Pero por otra parte era tan intenso que él, incluso en el mundo onírico, podía sentir el flujo de adrenalina que ese acto, prohibido acto, le infundía.
Quería hacerlo, después de tantos preparativos, quería hacerlo.
Años de educación familiar lo detenían, lo contenían. Era muy difícil para él ir en contra de lo que le habían inculcado durante tantos años. Desde la secundaria, que transcurrió en un colegio religioso, le habían dicho repetidas veces que hacerlo era malo.
No debía hacerlo, y lo sabía. Pero ella lo atormentaba. Su sola presencia le provocaba esa sensación única que hasta ahora nunca había sentido con tanta intensidad.
Era humano, y como todos, había pasado por momentos en los cuales parecía que iba a reventar de tantas ganas.
Había pasado una etapa problemática hace unos años, cuando todos se descontrolaban por la presencia cada vez más notoria de las hormonas. Ahora tenía 18 años y ya se había calmado un poco en ese aspecto. La primera etapa de la adolescencia había sido un tiempo muy difícil, ya que la situación de los impulsos, que se encontraban realmente a flor de piel, y la cantidad de situaciones en que su resistencia se ponía a prueba dificultaban la abstinencia. Mucho había tenido que enfrentar, y se había mantenido estoicamente calmo, controlando todos los impulsos que lo movían a hacerlo.
Ese sentimiento de pertenencia que caracterizaba al momento anterior a la necesidad de hacerlo, se repetía mucho en esa primera época de madurez.
Ahora parecía superado, hasta que apareció ella.
Ella, que era tan dulce e irritante. Tan atrapante como repulsiva. Ella era todo lo que ocupaba su cabeza. El sentimiento era muy fuerte. No sabía qué era, pero sabía que la deseaba. Quería poseerla, al menos por un momento.
Todos los pensamientos que parecían haber caducado en su recuerdo, retornaban a la luz todos juntos, localizados conjuntamente hacia ella como un pelotón en busca de la conquista definitiva. La deseaba.
Con la pobre excusa de un trabajo para la facultad, la había invitado a su casa. La decisión ya estaba tomada en su cabeza, desde la noche anterior: estaba decidido a hacerlo con ella esa misma noche.
¿Y si ella no quería? Lo haría de todas maneras. Estaba completamente decidido. Años de resistencia contra sus propios impulsos habían generado en su interior esa bola de nieve, alimentada por muchas personas, que ahora finalmente arremetía contra una sola, contra ella.
Estaba nervioso. No sabía muy bien qué era lo que tenía que hacer, ni mucho menos. Era un campo totalmente nuevo para él. No sabía moverse bien allí, pero confiaba en que las grandes expectativas depositadas en esto, le darían los lineamientos necesarios para hacerlo bien.
Por lo poco que sabía, debía generar un ambiente propicio. Y lo hizo. Buscó protección, otra cosa que tenía por seguro. No quería dejar ningún legado del acto, que de por si ya le parecía inapropiado, aunque perversamente deseado.
Ella llegó, y no parecía suponer ni intuir nada de lo que vendría.
Llegado el momento, y movido por el pleno impulso enaltecido por la situación próspera, él se abalanzó sobre ella.
En ese momento, ella respondió exactamente como él había soñado que respondería. Tiempo después, se sorprendería pensando que, de haber reaccionado ella de otra forma, era muy probable que las acciones de él hubiesen tomado otro rumbo, totalmente diferente. No se imaginaba seguir con el acto, de no haberse percatado de la adhesión de ella al juego que él le proponía. Ella tomó exactamente el papel que él esperaba que ella interpretara.
Y en ese momento, todos sus recuerdos, sus fantasías y alucinaciones se hacían realidad. Allí estaban los gemidos. Allí se materializaba la unión. Allí se consumaba el acto.
Todo ocurría de manera increíblemente familiar para él. Todo era como él lo había imaginado, como lo había soñado. Sentía más fuerte que nunca, la agitación y la fundición. La emoción, el desconcierto, la excitación.

De repente, todo para él se detuvo. Todo sucedía en cámara lenta. Podía ver todo lo que hacía, y comenzó a razonar sobre lo que estaba haciendo. Se dio cuenta de que, al fin, lo estaba haciendo.
A cada penetración, seguía indefectiblemente un grito de ella, cada vez más ahogado. Él disfrutaba de cada penetración, por la pasión que transmitía en ella. Cada una de ellas contenía muchas que hasta ese entonces estaban contenidas, destinadas originalmente a otra u otras personas, pero que ahora se descargaban contra ella.
Ella gemía al ritmo de estas penetraciones, y luego llegó, el esperado y temido último grito de ella. El mismo que significaba tanto que él había logrado lo que quería, como que el acto había terminado. El grito de ella, acompañado por un último rasguño a la cara de él, fue potente. Los músculos, hasta ahora tensos, se relajaron lentamente. Él se tranquilizó también, perplejo por la mirada única que había en el rostro de ella. Se quedó observándola, con cariño y nostalgia. Ya no era la misma que cuando él la había visto por primera vez. A partir de ahora, no sería la misma a sus ojos; sería para él una persona mucho más especial, que siempre recordaría: la compañera de su primera vez.
Satisfecho, retiró el cuchillo del cuerpo antes lozano de la muchacha. La última puñalada había atravesado su pulmón derecho, dándole apenas 10 segundos de vida, los justos para que ella le dejara esa marca en la cara. Miró el cuerpo de su muchacha, tendido en el suelo. Su mirada parecía distante, allá por las profundidades de la muerte, pero mantenían una cierta expresión de sorpresa, mezclada con la evidente fuerza que había puesto al servicio de su salvación. Mientras la observaba, se sentía orgulloso de él mismo. Había logrado superar sus temores. Había logrado acallar años de educación que no lograba aceptar. Había logrado lo que tanto ansiaba, hace tanto tiempo: hacerlo…

* * *

Esto es de una época de mi vida donde estaba medio obsesionado con la literatura de terror, con las peliculas de terror, con matar gente. Después se me pasó

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hola Chino...che, muy pero muy bueno lo ke publicaste..."Hacerlo". El relato esta genial, dan ganas de leerlo realmente. Saludos afectuosos!...Nels

12:04 a. m.  

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