jueves, octubre 05, 2006

Paisaje

Hace unos días llovió en Paraná. Después de unos cuantos días sin gotas, hubo una gran tormenta aislada, esas que llegan cuando el calor se hace insoportable.
Yo estaba en una biblioteca subterránea, donde pude ver con sorpresa como los faros automáticos de la calle se prendían a las 17:30. Claro, la oscuridad era casi nocturna. Un espectáculo increíble.
Llovió mucho, en poco tiempo.
Yo no me mojé. La verdad, no me molesta particularmente el hecho de empaparme con la lluvia; nunca entendí mucho el problema de la gente con mojarse bajo la lluvia, sobre todo teniendo en cuenta que gran parte de la población se baña seguido. Y muchos, de buena gana. Supongo que habría que concluir que a la gente le encanta sentirse húmedo, pero en privado.
En fin, si bien a mi esto no me molesta tanto, elegi los momentos para deambular descuidado por las calles atiborradas de gente que intentaba escapar inútilmente de las gotas de lluvia.
Llegué a la facultad donde tenía clases, aunque no las tuve. Lo importante sucedió después.
Salía del edificio con unos amigos. La lluvia había cesado. Estábamos en la puerta, a punto de emprender la retirada, y nos paramos ahí, los tres nos detuvimos en seco.
El paisaje era increíble. Daban ganas de abrir los ojos bien grandes, y sacar una instantánea del momento.
A la derecha, el cielo se despejaba destellando un color ámbar que parecía oro puro. A nuestra izquierda, todavía amenazante aunque en plena retirada, el negro nubarrón continuaba su marcha, rugiendo algún trueno aislado de vez en cuando.
Y enfrente nuestro, en medio de una enorme pincelada púrpura que alcanzaba a manchar incluso el edificio de la Municipalidad, se desplegaba el enorme y nítido arco iris, que iba desde el Colegio, pasando por encima del enorme reloj, y perdiéndose en el estacionamiento.
No pudimos decir mucho; solamente lo miramos un rato. Después nos saludamos, y cada uno se fue para su lado, con una leve sonrisa en los labios...