lunes, octubre 02, 2006

Va cayendo gente...

Me divierte ver a la gente caer. Tengo que confesarlo, me encanta ver gente caer. Mi diversión se empaña un poquito cuando resulta algún daño a la persona, aumentando según la gravedad del mismo. Así y todo, me encanta la gente que cae. A falta de gente que cae, me divierte mucho recordar a gente que ha caído en mi presencia.
Cada vez que lo hago, puedo empezar a reirme de la manera mas idiota, yo solito, sin que nadie a mi alrededor entienda nada. Ni hablar de cuando el que se cae soy yo.
Poseo la increible virtud de caer siempre de manera muy, pero muy cautelosa. Caigo en cámara lenta, como dicen.
Más de una vez me ha pasado. Esa sensación inexpresable de sentir que uno se está cayendo, y la imposiblidad de impedirlo de alguna forma. Sin embargo, en esas situaciones, aunque uno en una minima fraccion de segundo sepa que se está yendo a la mierda, y sabiendo que no hay forma de impedirlo, no se deja caer e intenta con el cuerpo, de alguna forma estrambótica, permanecer erguido a pesar de todo. Todo este candombe me lleva a caer siempre lentamente.
Como para ejemplo basta un botón (nunca entendí mucho ese dicho), les cuento algunas sensaciones relativas a caídas que han sucedido últimamente.

Estando en el parque con un grupo de amigos, me llamó mucho la atención una pequeña botellita de vidrio que estaba tirada en la vereda. Nosotros estabamos sentados en el cesped, a un par de metros. La botellita estaba inocentemente acostada en medio del paso de la gente. Y lo que más me llamó la atención es que de todos los que por allí pasaban, más de la mitad se comía la botellita. La gente se chocaba esa inocente ex contenedora de líquidos.
Una vez me hube percatado de este detalle, mi lado oscuro se despertó, se sacudió un poco la modorra y estaba con un ojo pendiente todo el tiempo de la botellita. ¿Qué esperaba? Obviamente, que algún adolescente (preferentemente vestido con ropa de marca) pusiera la suela de su zapatilla exactamente sobre la superficie lisa del cuerpo del recipiente que retozaba al sol, y siguiendo las casi invariables leyes de la fisica, opusiere todo su peso al contorno incierto y redondo de la botellita, para producir así la monumental caída que habría de proveernos a mi y mis amigos largos minutos de diversión gratuita y sana (para nosotros, no para quien recibiera flor de golpe).
En fin, como la vida no es perfecta ni mucho menos, nadie se cayó, y la botellita siguió echada frente a la indiferencia de los transeúntes.

Por otro lado, estuve en Buenos Aires un par de días. Estaba yo mirando muy aburrido un partido de básquet entre cuatro amigos, cuando fueron sorprendidos por una fugaz tormenta. Todos corrieron donde estaba yo (que era el unico abajo del unico techito del lugar donde estábamos), hasta que paró un poco de llorar el cielo.
Cuando esto sucedió, lentamente todos volvieron a sus actividades pre-llovizna furiosa. Sin embargo, los amigos del básquet no volvían.
De repente, uno de ellos, entra a la canchita por el costado, picando una pelota. Estaba solo. La cancha estaba un poco mojada, ya que no habían pasado ni 10 minutos desde el cese de la lluvia. Cuando el inocente deportista se detuvo, tomo el balón con las dos manos, y levantó la cabeza (confiando tal vez demasiado en la adhesión al piso de sus zapatillas), las suelas de su calzado no se detuvieron un carajo, y lo llevaron a una resbalada digna de video de bloopers de mi época.

Hoy llovía en Paraná. Estaba yo en la puerta de la escuela Belgrano, y un tipo bajó como tres escaloncitos de golpe al querer salir a la calle. No me pude reir porque estaba hablando con un profesor, pero después me la cobré cuando se fue.
El otro dia me acuerdo que también cerca mio se cayó una señora, aunque no fue muy gracioso.
Hoy se cayó un nene cerca mío, tratando de hacer un salto en largo sobre un charquito.
Ese si que fue gracioso, sobre todo por el pequeño ataque que le dio a la madre al ver la ropa sucia del nene.

Ja!.